Inicio > A/religión > Una historia fatalista sobre el creacionismo

Una historia fatalista sobre el creacionismo

En un pequeño país cuyo nombre no quiero recordar, a principios del siglo XX, unos hombres, filósofos y científicos, pensadores influenciados por la época de la ilustración y el liberalismo democrático, quisieron separar al estado y sus dependencias (las instituciones de enseñanza, legislación y demás) de la influencia de la religión oficial. Dijeron que las leyes no serían más de las mayorías, y que las minorías tendrían ahora los mismos derechos y no serían segregadas.

Después de muchas luchas ideológicas y algunas otras armadas, el estado reconoció que la influencia perniciosa de la religión en las decisiones estatales impedía un apropiado desarrollo intelectual y tecnológico, con la subyacente improductividad, ignorancia y desigualdad socioeconómica, y decidió separarse como órgano oficial, ni dios ni dioses gobernarían más mediante la Constitución.

Se le permitió a la religión existir, tener lugares de reunión, pero reducir su influencia al ámbito personal de los que quisieran hacerle caso. A quien quisiera tener otras creencias, o ninguna en particular, también se le concedieron esos derechos. Por vez primera, un ser humano podría decir públicamente su forma de pensar, diferente, diversa, personal.

Esto no gustó a algunos, pero con el tiempo, la mayoría de las personas aceptaron el nuevo sistema por no ser opresivo con nadie. Ahora, los homosexuales, los negros, los indios, los ateos, los de religiones distintas tenían una base común para ser juzgados por sus delitos, para ser educados de la misma manera y con los mismos derechos, y no en base a sus creencias e ideologías.

Pero poco después, el Estado decidió que se enseñarían las teorías científicas del origen de la vida y la biodiversidad. Se quitó de los libros de texto las creencias en dios, la biblia, Noé y el diluvio, el pecado y Cristo. Los niños que salían con esas creencias ya no querían ir a la Iglesia, decían que eran tonterías, fábulas y demases. Que dios no creó al mundo en 6 días, ni en 6 mil años, que las especies no fueron creadas todas de una vez, ni en épocas distintas, y que todo en este universi es mutable y el fijismo religioso es una tontería.

Esto alarmó a algunos padres de familia, influenciados por sus líderes religiosos, quisieron un cambio. Decían que sus hijos estaban siendo educados sin «valores», sin aprecio por la verdad, por la vida, sin temor de dios. Qué será de un mundo sin hombres que le tengan temor a dios, decían.

Democracia es lo que la mayoría queramos, dijeron, y queremos que la creación sea enseñada como otra teoría de la vida. El Estado se reusó, y les dijo que una teoría como esa, basada en la religión, podría ser enseñada en los lugares apropiados a quien la aceptara. Como no estuvieron de acuerdo, enmascararon la creencia religiosa como teoría científica, le pusieron el nombre de Diseño Inteligente, y es bozaron un puñado de argumentos confusos y pseudocientíficos, que pocos estadistas podrían fácilmente reconocer, para que por fin se enseñase la creación en las escuelas.

Esta vez, ganaron la partida. La creación fue una asignatura en las escuelas de enseñanza básica y media superior. Cuando hubieron formado la suficiente cantidad de estudiantes con ideas creacionistas reforzadas que al al crecer obtuvieron puestos gubernamentales, nuevas leyes pudieron ser introducidas mediante influencia y poder. La Evolución dejó de enseñarse, la educación sexual, los anticonceptivos dejaron de repartirse libremente en las instituciones de salud. Se enseñaban en todas las escuelas públicas los valores divinos, bíblicos, tener sexo antes de casarse estaba mal, mirar con lascivia a otra mujer era motivo de multas. A poco, la religión cristiana fue oficial para el Estado, y proscrita cualquier otra forma de pensar.

El prestigio estaba en salir en festividades religiosas, donde se alababa a los jóvenes que se dejaban clavar en altos y duros palos. Se ideó un sistema en que las mujeres tenían qué pasar por el ginecólogo antes de casarse. Éste les otorgaba un certificado de virginidad, que el padre debía llevar a la familia del novio como prueba de castidad. El novio no podría tener relaciones sexuales con su mujer si no pensaba tener hijos inmediatamente, y si esta no estaba en su período fértil. Al respecto, la familia de la novia llevaba un estricto registro de sus períodos menstruales y hormonales, que al caer este en período no fértil, la mujer debería quedarse en la casa de sus padres.

Las mujeres que preferían dedicarse a dios en un edificio alejado de la sociedad, gozaban doblemente de prestigio, y en cualquier lugar donde se aparecía una de estas mujeres con grandes faldones que las deformaban, eran motivo de alabanzas e invitaciones para que bendijeran. Entre más placeres rechazara uno, al parecer más cerca estaba de dios. Dios que eternamente bendecía a las almas que rechazaban el cuerpo.

Los comerciantes debían hacer la señal de la cruz con el primer dinero que recibieran. Los niños debían incarse al despertarse bajo un enorme cristo colgado de sus paredes. El diezmo se estableció, y más iglesias eran introducidas. Y más normas eran legisladas. Se abolió la constitución. La humanidad no necesitaba más normas que las escritas en la palabra de Dios.

Así, poco a poco, el país enfermó de pobreza e ignorancia. Sin ciencia, sin tecnología, sin métodos de siempre, no pudo hacer frente a un mundo desarrollado y cambiante. Una infección sexual de origen desconocido se diseminó pronto en el pueblo, y al poco, desapareció sin dejar rastro alguno.

Solo yo, que viví en la frontera y pude conseguir preservativos, pude hacer profilaxis y no contagiarme. Viví para contar esta historia.

j/e

Categorías: A/religión
  1. No hay comentarios aún.
  1. No trackbacks yet.

Deja un comentario